sábado, 26 de abril de 2008

Carta a la persitencia





Bogotá, Año 2007


Querido Amigo:

Amanece. En la pared de la habitación se refleja el brillo del sol que anuncia un nuevo día ¿Será nuevo, será una repetición del anterior? No lo sé. Las manos tienen miedo de prender la radio ya que aún no se sabe lo que se va a oír. Sin embargo, en el ambiente cotidiano, en el deambular por las calles de la ciudad, en la mirada fortuita con el transeúnte, o en el corto diálogo con el vecino, se trasluce ese... siempre lo mismo... nada cambia... las mismas cosas..., lo que indica una vida que se va tornando cada vez más estéril donde el ímpetu de otrora se va perdiendo y la monotonía hace su aparición.

Se ha caminado algunos años abundantes en conocimientos, experiencias, luchas, anhelos, deseos, encuentros y desencuentos; sin embargo, el oráculo ha ido progresivamente dejando oír los designios escritos en el pasado y por los cuales el paso se hace cada vez más lento, el aire más pesado, la esperanza más lejana, y la vida más corta.

Cuando tan sólo la rememoración invade la vida, da cuenta de un presente estático y un futuro incierto. Esta incertidumbre que agobia la existencia, hace que el cada día se torne en un “no encuentro”, donde las posibilidades se van diluyendo, donde las fuerzas se van menguando, donde las esperanzas se van perdiendo y donde el silencio conlleva al hallazgo de la nada.

Querido amigo, así es la existencia en tiempos de lo que los ideólogos han llamado “la nueva guerra”, donde la aparente calma es indicio del horror cotidiano. Horror que hace presencia en el siempre lo mismo, en el no encuentro; o sea, en todo aquello donde la cita con la posibilidad, con un azar novedoso se hace imposible.

Si bien lo anterior es difícil de soportar, también llama la atención que las relaciones éticas y de confianza entre los individuos, los pueblos y los Estados son cada vez más precarias, por lo cual las instituciones internacionales que en otros tiempos representaban la dignidad y la solidaridad, son voces a las que cada vez se le prestan menos oídos; de otro lado, lo que se da a ver permanentemente, lo se transmite por los medios de comunicación, en lo que se insiste cotidianamente, es en mostrar ese real de la muerte, esa captura monstruosa donde la ofrenda es el sacrificio.

¿Cómo no ser persistente? ¿Cómo no ser perseverante, o sea, cómo dejar a un lado el permanecer inmutable, con una firmeza constante en el mismo estado de ánimo, con las mismas opciones ¿De dónde se pueden sacar fuerzas para la tenacidad, o sea, para la obstinación, la fortaleza, el empeño?

Para decirlo de otra forma, querido amigo ¿Cómo despertar de ese sueño, donde lo que se pone en juego es la fantasía que tan sólo colma un anhelo? Es decir, ¿Cómo despertar del permanecer inmutable, con las mismas opciones y decirse a sí mismo y a otros “esto cambiará, algún día cambiará, vendrán tiempos mejores”, dejando traslucir simplemente un anhelo de algo diferente?

Si bien, en estos decires se evidencia que es al tiempo, al futuro, a otros, o a “algo indeterminado”, a quienes se les otorga la posibilidad del cambio, del anhelo de un tiempo mejor, las frases en sí mismas se convierten en una pantalla que disimula algo presente y quizás no conocido por lo cual el “siempre lo mismo” se torna en repetición.

En toda repetición lo que está en juego no es una necesidad ya que ésta tan sólo apunta al consumo, sino más bien una exigencia de lo nuevo, ya que la novedad es siempre una condición de satisfacción; de tal forma en la exigencia lo que se facilita es un reencuentro a condición de que quien repite no sea algo indeterminado, sino sujetos los cuales puedan reconocer sus placeres, sus actos, sus palabras, sus amores y sus odios. Este reconocer implica a su vez “querer saber algo” sobre nuestro fuero interno, sobre esa tendencia manifiesta en la fascinación de repetir las imágenes de esa captura monstruosa de la ofrenda.

Para que el canto del turpial se deje oír todas las mañanas, para que las flores deleiten con sus aromas, para que los niños sonrían en cada despertar, para que la vida retome fuerza y energía, para que el ímpetu del amor nos fortalezca; o sea, para construir quizás no un gran progreso, sino al menos unas condiciones diferentes a fin de entablar otro tipo de relaciones del hombre con el hombre y del hombre con el mundo y de esta forma hacer más soportable la existencia, es importante no tan sólo atribuir a las condiciones económicas, sociales, naturales las causas del malestar, de la violencia, de la guerra; sino que hay que tener en cuenta que en la vida subjetiva de cada individuo hay satisfacciones que a veces resultan repulsivas y violentas, pero no por ello dejan de ser constantes y exigen alcanzar su meta.

Estas satisfacciones constantes y exigentes tienen también la posibilidad del desplazamiento, y es así como todo aquello que impulse a la creación, a la cultura, a la invención, va en contra de la guerra; siendo a su vez caminos donde otro tipo de actos se pueden mostrar, se pueden dar a ver, se pueden dar a leer, se puede servir de ellos y así evidenciar el encuentro, el hallazgo, la no repetición, la posibilidad de la vida donde se alcanzan los deseos y satisfacciones que impulsan a la obstinación y al empeño de tolerar las diferencias, de hacer, de crear y recrear la existencia con el brillo que deja sentir el paso de la belleza.

Un abrazo y nos veremos pronto, para crear no en soledad, sino con otros.


ISABEL CRISTINA MEDINA.

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